El embrujo de la luna le dejó petrificado una noche más. Cuando llegó el amanecer no pudo evitar llorar, la magía desaparecía al despuntar el sol. Descubrió que amaba a la Luna y adoraba a las estrellas. Cuanto más añoraba la noche, más largo le parecía el día e intentando olvidar el tiempo se dedicaba a escribir historias de amor entre una rosa y un jardinero. No se daba cuenta de que era su propia historia solo que la luna era una flor y el jardinero en lugar de cavar se dedicaba a soñar. Cuando comenzaba el atardecer salía a pasear recorriendo los caminos que le llevaban al jardín donde la Luna le solía saludar. Las rosas le observaban al llegar y su curiosidad era tal, que le rodeaban hasta que sus espinos acariciaban su piel.
El tiempo pasó y cada anochecer el estaba esperando a la luna en el jardin mientras las rosas le rodeaban en su abrazo. Un noche se convirtió en la última, mientras se acercaba al lugar donde saludaba a luna todas las noches se despedía lentamente de las rosas del lugar, las iba a abandonar, decidido a visitar la cara oculta de su musa tan amada. Estas comenzaron a llorar, porque ninguna quería que se fuera abandonandolas, dejandolas en soledad y decidieron abrazarle una vez más, tanto se quisieron acercar que en su abrazo los espinos se le fueron clavando, tanto le deseaban que no se abrieron y sin darse cuenta, en su abrazo le desangraban un poco más hasta que suspirando en su final una lagrima reposó en el lugar donde habría de descansar. Las flores comenzaron a llorar pero él ahora era feliz se había reunido con la luna y desde su altar cada noche observaba a las rosas que cada vez se abrían más bellas en su luto, para honrar su alma y limpiar su memoria.
"Las grandes pasiones son enfermedades incurables. Lo que podría curarlas las haría verdaderamente peligrosas."(Goethe)
"No hay rosa sin espinas."(Refrán)
Salu2
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